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Mexicanear, ¿Por qué la mala fama mexicana?


Jenaro Villamil 



La puntualidad británica, la disciplina alemana, la pasión rusa, la elegancia italiana, la alegría brasileña, el narcicismo argentino, el tradicionalismo japonés, la inventiva china, la capacidad norteamericana para el comercio, en fin, cada nación tiene algún cliché o denominación que la caracteriza en el concierto mundial de simplificaciones o percepciones para definir el “carácter” de su sociedad.

Los mexicanos, durante años, fuimos símbolo de la fiesta, la bravura, el machismo, los colores intensos, la hospitalidad, la comida picante, la amabilidad en diminutivo y las formas rituales.

Sin embargo, nunca como en estos últimos años mexicanear se volvió un verbo negativo. No es el Mexican Moment que sobrevendió Peña Nieto, ni las reformas estructurales que sólo su gobierno entiende y presume. Es la corrupción, la tranza, la habilidad para el engaño lo que se percibe en otras partes.

Un amigo dedicado a realizar investigaciones cualitativas de mercado escuchó esta expresión en Montevideo, cuando realizaba un focus group entre adultos.

-Me mexicanearon el otro día en el mercado –se quejó una dama.

El amigo, mexicano, no había escuchado esta expresión. Los demás uruguayos se rieron con cierto dejo de vergüenza ante la expresión de esta señora. Mi amigo le pidió que le explicara qué significa la palabra “mexicanear”.

-Me vieron la cara –le dijo sonrojada la señora. Se había dado cuenta de su mal tacto.

Tan cuidadosos que son los uruguayos para no ofender a nadie.

Y otros le explicaron: “mexicanear” se ha popularizado en Sudamérica como sinónimo de trampa, timo, fraude. En otras palabras, de corrupción.

Cuando el Papa Francisco advirtió en una llamada telefónica del riesgo de que Argentina se “mexicanizara” no sólo hablaba de la violencia y de la inseguridad derivadas del narcotráfico. Hablaba de la corrupción. De la falta de respeto al Estado de derecho.

Pepe Mújica, el carismático ex presidente uruguayo, fue recriminado por el gobierno de Peña Nieto cuando consideró que nuestro país es un “Estado fallido”. Mújica fue elegante. Dijo lo mismo que habían dicho cientos de especialistas e investigadores. La diferencia es que lo hizo en un contexto poco diplomático.

Y el insufrible de Donald Trump, aspirante republicano a la candidatura presidencial, a pesar de su facismo poco encubierto, también ha tenido éxito al elegir a los mexicanos como sinónimo de fraude y corrupción.

Al escuchar la palabra “mexicanear” sentí lo mismo que los colombianos sentían antes cuando se utilizaba la expresión “colombianización” con todas las connotaciones negativas: narco, guerrilla, violencia, inestabilidad política. Pablo Escobar, el Patrón, era el ícono de esas mafias que se entrelazaron y desafiaron a la sociedad colombiana.

Ahora ya casi nadie utiliza en sus informes o conversaciones el verbo “colombianizar”. El estigma de este hermoso país de García Márquez, del buen castellano, de pintores y diseñadores extraordinarios, se ha ido perdiendo en la medida que un gobierno decidió romper con la espiral de la tragedia y la violencia.

Hace apenas unos días, en vísperas del tercer año de la llegada de Peña Nieto al poder, la embajadora noruega en México, Merethe Negaard, hizo el siguiente consejo a los empresarios de su país con intenciones de invertir:

“El consejo que les estamos dando a las compañías noruegas es que deben tener cero tolerancia a la corrupción. Porque hay mucha corrupción en todos los niveles, en todos. Y por eso tienen que tener mucho cuidado cuando eliges a tus aliados locales”.

La mexicanización es un estigma que nos compete a todos los mexicanos. No sólo a los políticos o a sus aliados mafiosos. Es el costo que estamos pagando de habernos acostumbrado a esta anomalía permanente, desde la llegada de Fox al poder hasta Peña Nieto, de acostumbrarnos a vernos la cara unos a otros y pensar que nadie se da cuenta.

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